Aquel país, este país. Aquel
rock, este Rock
La buena memoria
Esteban Pintos
Publicado en el Suplemento
No de Página 12 el 22 de marzo de 2001
_________________________________________________________________________
La cercanía del 24 de
marzo, en el aniversario número 25 del golpe militar, permite repasar dos
épocas bien distintas del rock argentino. Nombres, pequeñas anécdotas y
precisiones de una historia reciente que, sin embargo, parece que sucedió en
otro tiempo y otro lugar. Pero no.
Escribía Miguel Grinberg en
octubre de 1976: “Pese a todo lo que pueda representar desazón entre los
músicos argentinos de rock, referido a las dificultades materiales para equiparse
apropiadamente y a la incertidumbre en torno a las posibilidades de trabajo
permanente, todo revela actualmente una asombrosa capacidad de optimismo.
Semana tras semana se multiplican los recitales y del mismo modo crecen las
giras por el interior del país. Los conjuntos de Buenos Aires, antes de soñar
viajes imposibles al extranjero, se esmeran en darse a conocer en sitios de la Argentina ”. Y sigue, más
adelante, en la columna de rock que habitualmente escribía en la revista
Prensario: “Parecería que el sombrío invierno de 1976 acelera la voluntad de
plenitud. El Tercer Ciclo del rock nacional bulle a todo vapor”. En ese “tercer
ciclo”, el periodista que primero documentó y escribió la vibrante historia del
rock argentino desde 1965 en adelante –su libro Cómo vino la mano siempre será
valiosa fuente de consulta para todos aquellos que quieran saber de qué se
trató–, se incluía una lista de “grupos que constituyen la porción más visible
y audible”. Y mencionaba a Invisible, Polifemo, La Máquina de Hacer Pájaros,
Los Desconocidos de Siempre, Soluna, Arco Iris, Alas. “Sin olvidar a Litto
Nebbia, León Gieco, Raúl Porchetto, Moris, Ave Rock, Pastoral, Fugaz, El Reloj,
Plus, MAM, MIA y otros que vienen, sin duda alguna”, completaba.
Primer comentario: el rock argentino existía en 1976. No es una obviedad, sobre todo si se tiene en cuenta que han pasado 25 años y que buena parte de los chicos que hoy saltan y rebotan entre sí en un show de Divididos, Los Piojos, Los Redondos, El Otro Yo y Catupecu, poco y nada sepan de aquella época. Es comprensible. A la distancia, todo aquello, lo que puede leerse y lo que cuentan quienes estuvieron ahí –basta el repaso de nombres para comprobar que muchos de ellos están aquí–, parece una fábula de otro país. Otro tiempo, otro país. El golpe de marzo del ‘76, en verdad, poco y nada había afectado al incipiente movimiento de bandas y recitales, a no ser el show de presentación del disco En el hospicio, que el dúo acústico Pastoral tenía previsto realizar... Ese 24 de marzo. No eran épocas fáciles para “ser” rockero, está claro. Pero el golpe no se sintió inmediatamente. “Los rockeros no eran el blanco de los militares”, afirma hoy Grinberg. Coincide con él Pipo Lernoud, agitador cultural, letrista, periodista y escritor clave de los inicios y el desarrollo de la historia del rock argentino. Lernoud, un par de meses después del golpe, junto a Jorge Pistocchi y el empresario Alberto Ohanian, fundaría la revista Expreso Imaginario, el primer medio escrito en serio que trató la cultura rock en el país. Estaba todo mal, pero aquello no empezó a suceder desde el 25 de marzo a la mañana: la cosa estaba complicada desde antes.
La primavera democrática rockera vivida a fines del gobierno de Lanusse, en el breve período presidencial de Héctor Campora y en el menos breve regreso de Juan Domingo Perón al gobierno, había concluido dejando como hitos los festivales BA Rock al aire libre, otros tantos encuentros multitudinarios, shows en pequeños teatros del centro, en el Luna Park (desde el famoso “rompan todo” de Billy Bond al frente de
Las figuras de Charly
García y Luis Alberto Spinetta eran, por ese entonces (¿tal como ahora?), guías
rectoras de tendencias. Spinetta estaba por concluir Invisible, un trío que
integraban además el bajista Carlos Alberto “Machi” Rufino y el baterista
Héctor “Pomo” Lorenzo, y al que luego se incorporó, justamente en 1976, el
guitarrista Tomás “Tommy” Gubitsch. El jardín de los presentes, el tercero en
la historia de la banda (los anteriores habían sido Invisible, en 1974, y
Durazno sangrando, en 1975), es un disco profundamente melancólico y porteño,
cuya presentación oficial (en julio) en el Luna Park ocurrió un día después del
nacimiento de Dante Spinetta. El orgulloso padre así lo mencionó en escena. En
ese disco estaban algunas de las grandes canciones de la gran cosecha de
canciones de Spinetta, como “Los libros de la buena memoria”, “El anillo del
capitán Beto”, “200 años (una parola)” y “Las golondrinas de Plaza de Mayo”.
Musicalmente, aquel LP marcaba –de alguna manera, aunque esto ya tenía
antecedentes claros en Almendra– un giro en búsqueda de un nuevo sonido. “En
este momento, el rock argentino ha agotado experiencias y eso le permite
enfrentar otras nuevas. Sin ir más lejos, nuestro grupo integró dos
bandoneonistas en una grabación y uno en otra. Queríamos ver cómo incidían en
nuestra música”, declaró Spinetta a la revista Pelo en diciembre de ese año. La
edición, a través de la compañía CBS (hoy Sony, que justamente ha reeditado
algunas de esas canciones en su serie Obras Cumbres), significó un pequeño gran
acontecimiento para el mundillo del rock local y algo más. Spinetta vivió un
súbito momento de fama “nacional”, saliendo del ghetto en el que más o menos
cómodamente estaba entonces. A tal punto que fue incluido, por la revista
Gente, como uno de los “personajes del año ‘76”, junto a José Alfredo Martínez
de Hoz, el brigadier Augusto Cacciatore (intendente de la ciudad de Buenos
Aires) y el general Ibérico Manuel Saint Jean (gobernador de la provincia de
Buenos Aires). “Me dijeron que tenía que ir a Gente a sacarme una foto, y fui.
No sé, no lo veo muy diferente a hacer una nota para la revista Pelo”, dijo
Spinetta cuando todavía hacía notas y no se había convertido en el abuelo
frágil y huidizo que es hoy.
García había iniciado una nueva etapa con
Segundo comentario: el rock argentino existe en el 2001, pero, ¿hacia dónde va? Han pasado 25 años de la fecha que partió en dos la historia más reciente del país. El negocio gira alrededor de la música que todavía se insiste en llamar “rock nacional” y que desde aquí se prefiere llamar, mejor, rock argentino.
Algunos de los nombres que se
mencionaron en el recuento anterior siguen en pie o al menos tratan de seguir
en pie. Luis
Alberto Spinetta, aun recluido y huidizo, tiene listo un nuevo disco que será
editado en breve y que, a juzgar por las canciones que accedió a estrenar en
vivo durante un par de recientes shows en el sur argentino y en Mendoza,
conservan su talento de notable compositor y cantante. Lo de Charly García es
un poco más complejo, si se quiere. Luego de la resurrección asistida de Sui
Generis, va y vuelve de su carrera solista y, aun así, sigue provocando
fervores populares. Y, lo que resulta más curioso, la adhesión de muchísimos
chicos que ni habían nacido cuando vivió su época dorada de compositor y
cantante en los años ‘80. León Gieco también editará un nuevo disco este año y
no deja de aparecer para tocar en donde se lo pidan, siempre que la causa lo
merezca. El panorama de lo que debería ser el verdadero recambio generacional,
sin embargo, luce más oscuro. En un hipotético primer lugar de convocatoria y
calidad está indudablemente Patricio Rey y sus Redonditos de Ricota, quienes se
aparecieron justamente en el brumoso 1976 con recitales-happenings en el teatro
Lozano de La Plata ,
siguen adelante aunque todavía no pueda descubrirse cómo resolverán el
conflicto que ocasiona –desde una perspectiva social– cada movilización masiva
convocada por un recital suyo. Divididos, Los Piojos y La Renga , separados por algunos
años –los primeros anteceden a los segundos y terceros–, se mantienen en un
lugar de privilegio. Detrás de esta primera línea de avanzada del fenómeno
futbolero que invadió al rock durante la década del ‘90 –en paralelo, y no es
casualidad, al crecimiento de la desocupación y la marginalidad durante el
período menemista–, apenas asoman algunos nombres. Catupecu Machu y El Otro Yo
son, claramente, la avanzada que tomaría el poder en esta década. Detrás, un
numeroso pelotón de bandas que, crisis mediante, no logran asomar más de lo que
permite la realidad y las reglas de juego del “mercado”. Hoy, las ediciones
independientes permiten acceder a la publicación de canciones mucho más que lo
que pueden (o quieren) las compañías multinacionales, embarcadas en otro
negocio y con la amenaza latente de Internet sobre su casi medieval sistema de
promoción, difusión y distribución de la música. El intento de la “caza de
talentos” que inició Sony a partir de la gestión del ex Soda Stereo, Zeta
Bosio, parece la única excepción a una regla generalizada. El rock argentino
2001 parece debatirse entre sus brotes de gigantismo -está en todas partes,
mueve multitudes cada vez que se puede, es parte de una cultura popular
verdadera y no declamada– y una cierta parálisis estética y poética que lo
aqueja. No tiene mucho por decir, y mucho menos hace algo por decirlo, y
acompañarlo musicalmente, de manera que revitalice el panorama. El espectáculo
de las banderas y las bengalas, está bien, pero, ¿y después? La pregunta será
contestada en el transcurso de esta década, cuando 1976 quede más y más lejos.
Siempre, igual, habrá que recordar.