Antes de Propuesta:


Crónica  ilustrada,  setentista  y quilmeña 











Eduardo Mancini






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Avatares de los años previos a la aparición de la revista Propuesta. Crónica subjetiva que dicta una memoria fragmentada. Inventario de nombres queridos para preservarlos del olvido. 


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1970. Marzo. Comienzo de la secundaria: 1º año 9ª división del Comercial Nº 1 de Quilmes, al costado del viejo estadio cervecero. De a poco nos vamos conociendo; las charlas en los recreos y los partidos de fútbol después de gimnasia son los hitos de nuestra vida social. 








En nuestro país, para variar, gobiernan los militares. El cordobazo del año anterior, el cambio de Onganía por Levingston en la presidencia, el secuestro de Aramburu, son noticias que nos llegan pero aún no captan nuestro interés. Nos impactan más las novedades deportivas: Monzón le gana en Roma a Benvenuti; Bonavena es derrotado por Cassius Clay; Independiente gana el Metropolitano y Boca el Nacional. 







Rutinas musicales: en la tele, Sótano Beat y Música en Libertad. En los sábados con Pipo Mancera canta el joven catalán Joan Manuel Serrat. En la radio, un ritual nocturno: sintonizar Excelsior hasta que una voz cálida anuncia "Les habla vuestro amigo, Pedro Aníbal Mansilla". Era el comienzo de Modart en la noche, que difundía a Los Beatles, Bee Gees, Creedence, Roberto Carlos, Los Shakers y las novedades de los rankings sajones. En radio Colonia, al comienzo del dial, media hora con Los Iracundos. En el cine: Muchacho, con Sandro, y El extraño del pelo largo, con Litto Nebbia. 







1971. El grupo escolar se afianza, ahora somos 2º 6ª y agregamos nuevos rituales. A la salida de la escuela, largas caminatas hasta la estación de tren. Después de gimnasia vamos al viejo estadio de Quilmes a ver las prácticas del equipo, donde comienza a brillar Ubaldo Fillol. Por las tardes-noches, billar y copas en el Bariloche de la calle Mitre. Los sábados a la noche, algún baile en Elsieland, Kao Kao, Ducilo. 






Otra rutina: leer las páginas deportivas de Clarín, de punta a punta. Desde los resultados del waterpolo hasta las partidas de ajedrez que comentaba Miguel Najdorf. Ese año, además, se jugó acá la final de ajedrez, entre Petrosian y Fischer, que ganó el yankee. Independiente volvía a ganar el Metropolitano, el Nacional fue para Rosario Central. En setiembre, un acontecimiento que ninguno de los varones se perdió: el estreno de Fuego, con la Coca Sarli.











1972. Estamos en 3º 1ª del Comercial. Primeras salidas mixtas, chicos y chicas: caminatas por la peatonal Rivadavia, algún whisky en la confitería Zas, unas pizzas en Oriente, entrar de colados en los cumpleaños de quince, día de la primavera en el Parque Pereyra. 



















Zampi
Pero la tribu escolar ya no ocupa todo el espacio afectivo: con Gustavo Zampicchiatti, Zampi, nos vemos casi diariamente, y nuestro mundo gira cada vez más alrededor de la música, un nuevo universo con dos grandes soles que eran Los Beatles y el flaco Spinetta y que tenía en Quilmes un pequeño astro llamado Vox Dei. 









El disfrute de ese universo musical requería de una infraestructura básica: una habitación sin adultos y un tocadiscos. La casa de Zampi en calle Moreno, a pocas cuadras de la escuela, fue nuestro reducto central. Allí comenzó una charla nunca interrumpida sobre lo humano y lo divino. Y también el disfrute de nuestros primeros long plays, adquisición bastante costosa para nuestros bolsillos todavía flacos. Cada nuevo vinilo que entraba a nuestra colección era motivo de fiesta y de prolongadas y repetidas audiciones. Algo difícil de entender desde un presente en el que es lo más normal agenciarse en un pendrive, en pocos minutos y sin gastar un peso, la discografía completa de cualquier músico. 






Una vuelta, con Zampi hicimos un gran descubrimiento: una disquería en calle 9 de julio, a media cuadra de la estación Bernal, en la que permitían escuchar los discos en un cubículo cerrado antes de la compra. Así que cada vez que nos disponíamos a comprar un disco, escuchábamos previamente cuatro o cinco que aún no habíamos oído nunca. Entre los que escuché allí por primera vez todavía recuerdo Rock de las heridas, de Piel de Pueblo, una banda de Pajarito Zaguri, y uno de la Banda Fe, rock y blues con toques de jazz que le aportaban algunos bronces.








Pablo Turchinsky, otro compañero de curso y Norberto Parodi
Ese mismo año decidimos dar un paso más osado: nos ponemos a estudiar guitarra eléctrica, y armados de la Faim de Zampi y mi Cuk formamos un efímero grupo de rock que completaban dos compañeros de curso: el negro Norberto Parodi en bajo y Pablo Turchinsky en batería. Después de meses de ensayo, nuestro debut sería en el verano, en un cumpleaños en la Sociedad Italiana de Quilmes. Pero un par de días antes Norberto nos manda una carta desde el camping de Villa Gesell: la está pasando demasiado bien, no vuelve para el concierto. Pablo también se echa atrás, considerando que su práctica con la batería todavía no está a punto. Así que el debut y despedida fue el de un dúo de guitarras con el que hicimos una versión de Dulce tres nocturno, de Spinetta. 








1973: Comercial Nº 1 de Quilmes - 3º 1ª
En los círculos, el grupo musical: Yo y Norberto, Pablo, Zampi 





A través de las canciones también nos íbamos topando con nuevas ideas sobre el mundo. Hoy se dice, como quien descubre la pólvora, que Clarín miente. Bueno, en esa época ya mentía, y del mismo modo el resto de los grandes diarios, y ni hablar de la tele. Así que empezamos a leer La Bella GentePinap, después Pelo, que nos aportaban algo de info sobre otras movidas que había en el mundo, los movimientos estudiantiles de Berkeley en 1967, la onda hippie, la lucha contra la guerra de Vietnam, las declaraciones de Joan Báez o John Lennon. 







Daniel Otero y Norberto
Por entonces, a través de nuestro bajista Norberto, conocemos a Daniel Otero, del Nacional de Quilmes. Daniel aportaba a nuestra cosmovisión acercándonos a Bob Dylan, los poetas beat y las publicaciones de Miguel Grinberg, que pasaron a ser un modelo para planear eventuales revistas subterráneas propias. También expandía nuestra geografía: el chalet del Cruce Varela pasó a ser un nuevo espacio para compartir discos, guitarreadas y lecturas, y un punto de partida para apropiarnos de nuevos territorios urbanos, hasta entonces desconocidos: Varela, Solano, Berazategui. 










1973. Cae la dictadura militar, se va Lanusse, hay entusiasmo popular por el retorno del peronismo y las elecciones. Inevitablemente, los nuevos vientos políticos nos alcanzaban y se mezclaban con nuestra deriva rockera. En febrero, con Zampi ingresamos al PST (Partido Socialista de los Trabajadores). Colaboramos con la campaña electoral de la fórmula Juan Carlos Coral - Nora Ciapponi. Ayudamos a repartir los volantes y la prensa del partido en el barrio 25 de mayo, cercano a la rotonda de Pasco, en Bernal Oeste, en el frigorífico Penta, la cristalería Cattorini y otras fábricas de la zona. Teníamos 16 años. 





Con nuestro ingreso al PST nos apropiamos aceleradamente de una nueva porción de mundo que no figuraba en las materias de la escuela. Las charlas con Irene, Pontoni, Carlos el Gnomo, Nora y otros, unos años mayores que nosotros, nos ilustraban sobre las luchas de los sesenta. Las reuniones en el local de calle Garibaldi y la lectura del semanario Avanzada Socialista nos nutrían de nuevas ideas, y nos empachábamos con un nuevo léxico: clase obrera, revolución, Cuba, imperialismo, Vietnam, Trotsky, burocracia, primavera de Praga, lucha estudiantil, Mayo francés, clasismo, Cordobazo, liberación de la mujer. 






En marzo de 1973 ganaba Cámpora y nosotros volvíamos a la escuela. Con la democracia estrenábamos nuevo director, el Rolo Merediz. Pero la escuela, según lo sentíamos, seguía teniendo mucho de dictadura, y el símbolo máximo de ese régimen era el jefe de preceptores, un tal Castaña, quien tenía por costumbre tironearnos de las orejas. Creímos entonces que había llegado la hora de abandonar los pequeños actos de desobediencia individual, como fumar en el baño o ponerle sapos en el piano al profe de música. Y encaramos la formación de un centro de estudiantes, haciendo firmar a todo el curso un larguísimo petitorio que, de aplicarse, hubiera significado la liberación casi total de la juventud. Pero la UES nos ganó de mano, y con apoyo de las autoridades crearon un organismo estudiantil bajo su control. 






En setiembre, hicimos dos grandes campañas de agitación en los dos turnos de la escuela: contra el golpe de Pinochet en Chile, y por el voto a Coral-Páez en la segunda elección del año. Fue así que Oscar Zarco,  Rubén y Michi se sumaron al grupo de la JS (Juventud Socialista). En otras escuelas estaban la Colo, Graciela, Beto, Tito y algunos más cuyos nombres se me escapan. Pronto tuvimos revista propia: La Chispa.








Oscar Zarco
Al mismo tiempo, en largas trasnoches de sábado, continuaba nuestra travesía literario-musical. Con Zampi, Oscar y Daniel compartíamos el fixture de recitales de los músicos de la zona, sesiones de escucha e intercambio de los LP que cada uno lograba agenciarse, guitarreadas caseras con canciones propias y ajenas, lectura de revistas subtes y proyectos de las propias, etc. Algunas veces, al grupo se sumaba Adalberto Rodríguez (Beto), que aportaba su casa de Berazategui y la discografía completa de Queen.








Marcelo Marcolín
Daniel Milocco
En 1974 conocimos a dos jóvenes de Berazategui, entusiastas editores de revistas subterráneas: Marcelo Marcolín y Daniel Milocco. Les llevábamos La Chispa y teníamos amistosas charlas políticas, pero sus simpatías se inclinaban más hacia la Juventud Peronista. Las hermanas Ani y Doris solían sumarse a estos encuentros. Por entonces, Adriana Zaldúa vino de La Plata a sumarse al trabajo juvenil del PST y también trabó amistad con el grupo. Un tiempo después volvía a La Plata.








1975 arrancó bien, con unos días de playa en Mar del Plata en compañía de Zampi y mi novia de entonces. 













Ese año también me trajo una gran alegría: después de 18 años – casualmente mi edad – River volvería a salir campeón. De la mano de Fillol, el Beto Alonso y Pinino Mas y por partida doble: Metropolitano y Nacional. 










Pero ya andamos por la mitad de la década. Y como en toda crónica setentista, el entusiasmo de los primeros años comenzó a ser desplazado por sombrías señales que presagiaban el terror infinito que sobrevendría. Hacía tiempo que proliferaban los Falcon sin patente, las amenazas de la triple A y los ataques mortales escogidas a activistas obreros y estudiantiles y a militantes de izquierda. 







 
En el PST ya habíamos sufrido la pérdida de siete compañeros, y habíamos asistido también al velatorio del diputado peronista Rodolfo Ortega Peña. Un regusto amargo de dolor y bronca nos invadía ante esos hechos. Pero nada se compara con el mazazo al alma que significó para nosotros el asesinato de Adriana Zaldúa. Con el rostro pálido y parcas palabras, me tocó transmitirle la mala nueva a Zampi, a Daniel, a Oscar: mataron a Adriana. Fue en La Plata, junto a otros siete compañeros, tras ser secuestrados mientras hacían actividades de apoyo a una huelga de Petroquímica Sudamericana. Adrianita, la piba que hacía unos meses nos regalaba su simpatía, la que compartía con nosotros en la mesa de un bar sus ideas claras y su sonrisa fresca, asesinada por la Triple A. 







Por entonces, en octubre del 75, con Daniel, Oscar, Milocco y Marcolín, sacamos una revista, básicamente literaria, que llamamos Octubre, dedicándola a Adriana e incluyendo dos poemas en su memoria.












La resistencia obrera que se conoció como Rodrigazo nos ilusionó, pero las cartas estaban echadas, y como en la canción de Pedro y Pablo, el as de espadas y el de bastos lo tenían los otros.  Viviendo entonces en Berazategui, cerca de la estación, una mañana de marzo puse la radio tras despertarme: marchas militares. Empezaba la etapa más negra de la historia argentina. Durante unos meses, el PST hizo un análisis dramáticamente erróneo, pensando que el régimen de Videla sería mucho más blando que el de Pinochet y que no iba a durar mucho. Ello dio pie a proyectos disparatados, como intentar distribuir un periódico legal a través de los kioskos. 






Por entonces me inscribí en la Escuela Media Nº 2 de Ranelagh para terminar el secundario, y allí conocí a Mario Alberto Di Spalatro (Mateo), que era preceptor, también del PST. Por su iniciativa formamos un grupo de teatro en la escuela, preparando y presentando la obra La tinaja, de Luigi Pirandello. En el ensayo del 1º de Mayo, cumpliendo la línea partidaria, pronuncié un pequeño discurso, ante un puñado de jóvenes que acababa de conocer. Todavía hoy me estoy arrepintiendo: sólo la suerte hizo que no sufriera mayores consecuencias. Meses más tarde, el partido comenzó a reconocer la realidad que vivíamos y los cuidados se hicieron mayores. 






La militancia política se mantenía pero a un nivel mínimo. Básicamente consistía en el reparto de la prensa y reuniones de pequeños grupos. Repartir la prensa implicaba un tiempo previo dedicado a tareas de camuflaje. El método más usado era casi una técnica de origami: el plegado sucesivo de las hojas del periódico hasta reducirlo a un tamaño minúsculo, luego era colocado al fondo de un atado de cigarrillos y cubierto nuevamente con los mismos. Por entonces yo fumaba Imparciales, que eran cien milímetros, con lo que se facilitaba la tarea. Pero el operativo llevaba mucho tiempo y sólo se podía llevar uno por vez. Entonces pasé a otro sistema, más sencillo, que consistía en llevar un toco de long plays, de tapa doble, en cuyo fondo alojaba dos o tres periódicos. Una noche venía caminando por calle Alsina, distraído, y al llegar a Hipólito Yrigoyen me encuentro de golpe en el medio de un operativo, decenas de milicos parando a medio mundo y pidiendo documentos. Milagrosamente no perdí la calma, me acerqué al kiosko de diarios que había en esa esquina, compré Crónica y retomé el camino por donde había llegado, sin mirar hacia atrás. A las dos cuadras doblé por Moreno hacia el norte y dejé la bolsita con discos detrás de la paredcita de una casa con jardín. Creo que sufrí un poco por la pérdida de los discos, pero el alivio de haber zafado lo compensaba con creces.  





Guillermo García (Willy)
Foto de años posteriores
Hacer una pequeña reunión también implicaba algunos pasos previos: básicamente, conseguir una casa segura y armar un pequeño guión ficticio que justificara el encuentro si aparecían los tiras - que llamábamos el minuto, porque la historia debía aguantar por lo menos un minuto. Los grupos del partido no debían tener relación entre sí, lo que en nuestra jerga era estar tabicados. Un solo miembro del partido mantenía la relación con el grupo; en 1976, nuestro contacto era a través de Guillermo García (Willy). Recuerdo una reunión que organizamos con Willy en el Parque Pereyra, para presentarle a Zampi, que ya era estudiante de Psicología de la UBA, a un conocido de Mateo que estudiaba en la misma facultad. Por suerte no hubo ninguna interferencia de la cana, porque el minuto que teníamos no era muy sólido: éramos un grupo de teatro haciendo un picnic, pero lo único que habíamos llevado eran unos cuantos kilos de naranjas.  






Máximo Salas
Foto de años posteriores
Oscar Salorio (Tito)
Foto de años posteriores











Durante el 76, a través de Zampi, conocimos a un grupo de Don Bosco, de izquierda independiente, que tenían un grupo de estudio de la obra sobre sexualidad del psicólogo marxista alemán Wilhelm Reich. Dos de sus integrantes, Máximo Salas y Oscar Salorio (Tito), formaron luego un grupo teatral con adolescentes, al que me integré por más de un año. 









Mario Alberto Di Spalatro (Mateo)
El año 77 fue especialmente duro, ya que hubo una seguidilla de desapariciones de compañeros del PST en la zona. El 14 de febrero fue secuestrado Mateo. Con pavor fui al colegio a rendir mi última materia y dejé luego de frecuentar la zona; el título lo fui a buscar mucho después. La compañera Mary K consiguió entonces que un viejo obrero metalúrgico me hospedara en su casa de Ezpeleta durante un tiempo. 










Zampi
Tres meses después, el 7 de mayo, se llevaban a Zampi, secuestrado junto a dos jóvenes peronistas en la esquina de la Facultad de Psicología. Tenía entonces 20 años. El golpe fue tremendo. No era sólo un amigo, era mi amigo del alma, con quien hacía 7 años que compartíamos casi a diario nuestras aventuras y desventuras, nuestros sueños y proyectos. 










El 11 de mayo eran secuestrados en Tolosa tres jóvenes de La Plata que había conocido un par de años antes: Mónica de Olaso (Moniquita), el negro Alejandro y Julio. El 24 de setiembre se llevaban a José Guillermo Suárez, obrero de Peugeot, con quien habíamos compartido algunos intentos de formar la Juventud Socialista en las fábricas. Aunque todavía no teníamos certeza absoluta del destino final de los desaparecidos, el panorama de ese 1977 era de terror. 








Durante muchos meses, el afecto tierno y cómplice de compañeras como Lidia, Betty, Graciela, Mabel y Mimi me ayudaron a crear algunos momentos venturosos en medio de ese desdichado infierno.  Con Daniel y Oscar persistíamos en nuestra fiebre rockera del sábado a la noche, desafiando los operativos de los verdes y extendiendo nuestras travesías hasta la Capital Federal en busca de novedades musicales y, cuando no las había, celebrando el rito de ir a ver Woodstock por enésima vez en el cine Ritz de la calle Cabildo.









Normal de Quilmes, 5º año.
En el círculo, Silvio Winderbaum
Fue entonces que apareció el proyecto de la revista Propuesta. Mi amiga Lidia Salazar, que sabía de nuestra afición a editar revistas, nos presentó a Silvio Winderbaum, estudiante de la Escuela Normal Superior de Quilmes. 











Silvio, junto a María Mercedes Di Benedetto, Román Luppi y otros alumnos de la Escuela Normal  Superior de Quilmes, venía sacando desde noviembre de 1975 la revista escolar Etcétera, que existió hasta 1977 cuando el grupo egresó. 











Silvio Winderbaum
Con apenas 17 años, Silvio tenía una visión y una capacidad para la actividad periodística que superaba en mucho a la de todos nosotros. Fue él quien trajo la idea de hacer Propuesta. Bajo su batuta, en junio de 1977 lográbamos concretar el primer número de la revista, en tamaño oficio plegado, 28 páginas, tapa a dos colores, y que abrochamos número por número en la casa de mis viejos. 









La revista se sustentaba en la confluencia de tres grupos: Silvio y el grupo editor de la revista Etcétera del Normal; el grupo de amigos que habíamos hecho la revista Octubre; y Máximo y Tito de Don Bosco. En lo personal, la revista significó la posibilidad de encarar una actividad de características gratificantes, frente al rigor de la actividad partidaria clandestina y al bajón por las desapariciones. Fue también la posibilidad de ampliar mi círculo de amistades. La actividad compartida con Oscar, Daniel, Silvio, Máximo, Tito y otros que se integraron más tarde a la elaboración de Propuesta iba a ser un gran soplo de aire fresco en el denso clima de la dictadura.