Entrevista a Mirtha Dermisache
En Propuesta Nº 9 – Septiembre de 1978
POSIBILITAR QUE LA GENTE
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Esta entrevista, realizada en agosto de
1978 por Ricardo Hirschfeld y que redactó Rodolfo Báez, fue realizada en el
marco de las jornadas con talleres públicos y gratuitos realizados en ese año
en el Museo de Arte Moderno de Buenos Aires.
La artista plástica Mirtha Dermisache
nació el 16 de febrero de 1940. Egresada de la Escuela Nacional
de Bellas Artes. Realizó su primer libro de grafismos en 1966-1967. Roland Barthes
estimuló en sus críticas esta faceta que perfeccionó durante su vida. Creadora
de las Jornadas del Color y de la
Forma , talleres públicos y gratuitos que se desarrollaron en
la década del setenta en el Museo de Arte Moderno de Buenos Aires. Desde 2004,
junto a Florent Fajole, editor francés, realizan una serie de dispositivos
editoriales, combinaciones de originales y ediciones, presentados en
Buenos Aires, París, Londres y Roma. Otras exposiciones: Fundación Proa,
Pabellón de las Bellas Artes de la
UCA ; en el MACBA, España; en el Centre Pompidou, donde su
obra integra la colección permanente; y en distintos espacios institucionales
de Francia, como el Centre Des Livres d’Artistes y el Pabellón de la Escuela de Bellas Artes de
Belfort.
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Dos frases definen claramente a Mirtha
Dermisache, su grupo, y su forma de trabajar: “La idea es que el taller sea
algo vivo. Toda la gente que trabaja en este lugar tiene posibilidades de hacer
propuestas. Los alumnos son los creadores de su propio tiempo y van
incorporando permanentemente cosas nuevas a su personalidad. Queremos preparar
gente que brinde en otros lugares todo lo que ha recibido aquí, coordinando,
por ejemplo, en los talleres públicos que son nuestro objetivo general. Esto se
tiene que multiplicar…”.
El grupo que trabaja con Mirtha lo
integran Martha Buratovich, Silvia Nallaro, Jorge Luis Giacosa, Susana Muzio y
Liliana Schwartz.
Y va la segunda: “Cuando un periodista
nos hace un reportaje en las jornadas, no sabe en qué espacio ubicarlo: artes
plásticas, educación, podemos caer en cualquier sección. Es que no tenemos una
etiqueta especial. Posibilitamos que la gente haga cosas y damos las
herramientas para lograrlo”.
El planteo fundamental del taller, se
basa en la libertad creativa. Mirtha Dermisache estuvo trabajando durante
muchos años en este campo con chicos. De allí le nació la idea de trasladar la
experiencia hacia el adulto.
Los adultos que comienzan a trabajar en
esta forma de expresión artística, se reúnen, en una primera etapa, en grupos
de quince personas. La primera reunión tiene un carácter de conocimiento mutuo.
De ahí en más comienzan a experimentar con técnicas diferentes en forma grupal
para pasar, posteriormente, a una técnica individual.
La originalidad creativa reside en que
al alumno no se le hacen señalamientos de tipo estético, logrando, de esta
manera, que exprese absolutamente y sin restricciones todo su caudal interior.
A través de este “juego”, la gente
puede ir descubriendo todo un mundo de forma y color que le es propio. En el
trabajo con arcilla, por ejemplo, se intenta “transformar una forma” sin tener
como objetivo hacer escultura.
Las técnicas que se utilizan tienen sus
orígenes en la infancia, pero, como bien lo señala Mirtha Dermisache, no son exclusivas
de esta etapa en la vida de un ser humano. Una de las primeras clases, por
ejemplo, es la de la hoja que se sumerge completamente en agua par luego
trabajarla con tintas de colores que se derraman sobre ella. De alguna manera,
siguiendo ese camino, comienza el trayecto en busca de la espontaneidad
personal.
“Aquí la gente llega y trabaja –explica
Mirtha- y eso me parece fabuloso. Además, en un momento determinado,
generalmente una vez por año, armamos un gran taller público y gratuito donde
la gente trabaja y se lleva su obra. Este es el objetivo de las Jornadas. A
ellas todo el mundo puede concurrir”.
En este sentido, las jornadas que
organiza el taller rompen con la estructura clásica de las exposiciones, en las
que el público no es más que un ente pasivo que observa el trabajo hecho por
otros. Por el contrario, en ellas todos miran y todos hacen.
En las jornadas, más que hablar de
obras se debe hablar de actitud creadora, de la acción creativa que el
individuo está haciendo en ese momento y de la comunicación que establece con
los demás.
“Nosotros no estamos –dice Mirtha-
específicamente dentro del mundo de la plástica. No tenemos contacto con
centros o galerías de arte. Incluso cuando un periodista nos hace un reportaje
en las jornadas, no sabe en qué espacio ubicarlo: artes plásticas, educación,
podemos caer en cualquier sección. Es que no tenemos una etiqueta especial.
Posibilitamos que la gente haga cosas y damos las herramientas para lograrlo”.
En las últimas jornadas, se colocó en
la entrada un gran barril para que los asistentes depositaran sus opiniones: el
90 % mostró un decidido entusiasmo por la experiencia y el deseo de que ésta se
repita constantemente, en las plazas, en el interior del país, en todos los
lugares donde existe gente con necesidad de decir algo a través de la forma y
el color.
Actualmente, después del Museo de Arte
Moderno las jornadas no disponen de un lugar donde realizarse. Quizá porque
toda experiencia original suele provocar cierto recelo. Un lugar público –“¡el
Luna Park!” exclama Mirtha- es el sitio ideal para congregar a cientos y
cientos de personas volcadas a la tarea creativa.
“Yo no sé –dice Mirtha- por qué no hay
gente que quiera capitalizar la repercusión de las jornadas ofreciéndonos un
lugar. Tal vez no he tenido la habilidad de invitar a personas responsables de
los grandes lugares en los que podrían realizarse. Como esto se proyecta con un
año de anticipación, estamos abocados a la tarea de encontrar un sitio para el
año próximo, y no es nada fácil. Podríamos hacerlas en el medio del campo si no
existieran tantas dificultades económicas para el viaje. Además, al aire libre,
tendríamos problemas con los materiales. Queremos que todos puedan tener
acceso. De ahí nuestra necesidad de lugares públicos”.
Muchas veces, las propuestas de los
alumnos del taller se trasladan a las jornadas. Tal el caso de Alicia Machta,
quien propuso trabajar en el Museo de Arte Moderno con una enorme montaña de
arcilla puesta sobre un tablado. Esta fue una de las experiencias grupales más
fascinantes, según la califican quienes participaron. “Estar jugando en esa
montaña –explica uno de los participantes- como si estuviéramos en la arena de
una playa fue fantástico. Ese inmenso bloque de arcilla fue cobrando vida
propia hasta llegar a un juego de iluminaciones. Habíamos formado cavernas en
la masa de arcilla y luego se nos ocurrió colocarles velas y linternas que
proyectaban la sombra del bloque sobre una pared. Como había música en el
lugar, las diversas sombras que se fueron formando a partir del bloque parecían
danzas. Otra interesante experiencia fue la de las máscaras. Alguien propuso
fabricarlas y terminamos usándolas en una especie de baile ritual que fue como
un ejercicio de expresión corporal”.
Mirtha afirma que “la idea concreta en
que el taller sea algo vivo. Toda la gente que trabaja en este lugar tiene
posibilidades de hacer propuestas. Los alumnos son los creadores de su propio
tiempo y van incorporando permanentemente cosas nuevas a su personalidad.
Queremos preparar gente que brinde en otros lugares todo lo que ha recibido
aquí, coordinando, por ejemplo, en los talleres públicos que son nuestro
objetivo principal. Esto se tiene que multiplicar. Que se abran nuevos talleres
en las provincias o en la otra cuadra, no importa. Lo importante es que la
experiencia crezca”.
En las últimas jornadas, se comprobó
que una gran mayoría de adolescentes se interesaban por las técnicas. Por este
motivo, el taller, que hasta la actualidad trabajaba solamente con adultos,
comenzará a organizar grupos en los que podrán participar jóvenes de 14 a 18 años.
“Esta idea –asegura Mirtha- fue
creciendo de a poco hasta transformarse en algo imparable. Dentro de 20 años,
quizá, este tipo de taller no hará falta, porque todos podrán expresarse
libremente. Yo pienso que en las escuelas, si dejaran jugar a los alumnos en la
materia dibujo, sin ningún tipo de trabas, se lograrían alcanzar niveles de
creatividad extraordinarios”.
“El arte es un juego”, decía Miró, y no
estaba muy alejado de la verdad con su opinión. Es probable que en el taller de
Mirtha Dermisache este “juego” forme
parte de un reconocimiento interior, porque a través de la libre expresión
artística podemos llegar a conocernos mejor, a nosotros y a los demás.
Reportaje: Ricardo Hirschfeld
Texto: Rodolfo Báez