Eduardo Pavlovsky


Sobre la complicidad civil 
con el terrorismo de estado



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Dramaturgo, actor, médico orientado al psicodrama, Eduardo Pavlovsky ha reflexionado en diversas oportunidades acerca del rol de la sociedad civil en la dictadura argentina de 1976 y en los regímenes autoritarios en general. Reproducimos aquí tres artículos publicados a lo largo de los años en las contratapas de Página 12. 




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Terror y fraguada ignorancia





Eduardo Pavlovsky

Publicado en Suplemento Radar, Página 12, 24 de junio de 1999


Tato Pavlovsky aborda “el gran tema de todos los genocidios, el menos explorado”: el de la subjetividad colectiva que los hace posible. Sobre la base de un fenómeno designable como “ignorancia fraguada”, un sector de la población sostuvo al terrorismo de Estado, en Alemania y en la Argentina. 




Ultimamente parece abordarse desde diferentes medios la compleja temática de la complicidad civil como sostén ideológico de la dictadura militar y el genocidio. Horacio Verbitsky lo hace poniendo el foco de luz en las intendencias políticas radicales y peronistas durante el proceso y, desde otro espectro ideológico, Mariano Grondona se pregunta en su programa: “Pero, aparte de los monstruos que reprimían, ¿qué hacíamos los demás?”. Creo que la complicidad es el gran tema de todos los genocidios y tal vez haya sido hasta hoy el menos explorado. 

Cuando todavía hoy observamos que un sector de la población tucumana vitorea al gobernador Bussi, represor conocido del proceso y hoy descubierto con cuentas bancarias no declaradas en Suiza, uno no puede dejar de reflexionar. Es un caso emblemático para comprender la intrincada y compleja problemática del terrorismo de Estado. Bussi, no lo olvidemos, fue elegido gobernador de la provincia de Tucumán en elecciones libres. 

Deberíamos recordar que durante el proceso militar un sector de la población por variadas y múltiples circunstancias fue complaciente o indiferente al terrorismo de Estado. Wilhelm Reich lo señaló hace años en ese memorable libro titulado Psicología de las masas del fascismo, donde abordaba el espinoso tema de la complicidad civil durante el nazismo. 

Convengamos que durante el proceso militar y mientras un sector de la población era vilmente torturado y asesinado por las fuerzas armadas, otro amplio sector de la población tuvo que soportar el terror, permaneciendo y resistiendo heroicamente en el país, sobreviviendo como exiliados en su propia patria. Algunos, preferentemente del sector de la clase media, pudimos salir del país y vivir en el exilio. O sobrevivir. Algunos compañeros, como el actor Luis Politti, no pudieron sobrevivir el destierro. 

Pero hubo también otro gran sector de la población que permaneció en el país sin miedos ni terrores y que alguna vez definimos como la “mayoría silenciosa” o “la masa gris astizforme”. Ese sector permanecía ajeno al genocidio. Parecía ignorar lo que ocurría. De este sector, que incluía una amplia gama de la clase media, muchas veces llegaban en sus viajes a los países del exilio de los argentinos relatándonos los magníficos proyectos personales que estaban gestando en el país. 

Lo interesante es que muchos de ellos ni siquiera apoyaban al gobierno militar. Funcionaban sin embargo como un gran colchón social acrítico. Se los veía felices con sus compras y los numerosos viajes que emprendían. El festejo del Mundial del ‘78 y la convocatoria a Plaza de Mayo por la recuperación de las Malvinas, con el dictador de turno en el balcón, fueron dos singulares fenómenos sociales que ocurrieron durante el Proceso. 

Insisto en el sector de la población que funcionó como una masa acrítica, porque fue ese sector precisamente el que facilitó aun sin saberlo que un país del horror tuviera la contrapartida de un país feliz. Esta gente indiferente es la que permitió que las fuerzas armadas pudieran cometer los crímenes aberrantes con tal grado de impunidad. 

Hace unos años tuve la ocasión de asistir a la proyección de una película realizada por un joven cineasta alemán, donde se abordaba la temática familiar durante el nazismo y donde se mostraba el entretejido hitleriano en los vínculos familiares. Según me informaron, esta película fue prohibida de exhibir en Alemania Occidental. Tal era el patetismo de los lazos familiares hitlerianos en la Alemania nazi. Nadie quería verse retratado ni reconocido. La complicidad civil como fábrica familiar en un entretejido que atravesaba los cuerpos de los miembros de la familia. Cada uno vigilando al otro. La SS casera. En aquel tiempo para la mayoría silenciosa alemana era una técnica extendida saber lo menos posible: “Nuestra ignorancia nos permitía vivir”. Esa ignorancia fraguada fue la que permitió el Holocausto y los crímenes de guerra. Entre nosotros, creo que tenemos que intentar comprender este fenómeno que surge “entre” lamaquinaria represiva y los reprimidos. El gran sector apático y fláccido. El colchón acrítico. 

Este sector también convive hoy en la democracia, ejerciendo su singular peso de poder para facilitar el punto final, la obediencia debida y el indulto. Siempre ejercen su poder como mayoría silenciosa. En su reciente libro Los verdugos de Hitler, Goldhagen señala que el holocausto no sólo se produjo en las cámaras de exterminio a cargo de algunos sádicos, sino en muchos alemanes “normales” representativos de distintos estratos de la sociedad. Lo monstruoso se produce cuando en una sociedad el crimen aberrante se interioriza como normal. 

El tema nos introduce en el desafío de la comprensión de la compleja trama de la complicidad civil en todos sus matices y variables, y para que esto ocurra debe darse necesariamente la interiorización de una subjetividad complaciente de gran parte de la sociedad, a los fenómenos
aberrantes de la tortura y de la represión.






El hombre común





Eduardo Pavlovsky 

Publicado en Página 12, el 4 de Octubre de 2006


W. Reich en las postrimerías de su vida escribió un artículo que denominó “Discurso al hombre común”. Lo escribió en 1946, sin intención de que se publicara jamás. Pero se publicó. Algo de ese artículo –de la música de ese artículo– me involucró para intentar pensar ciertas cosas de nuestra realidad actual. Me refiero al poco conocimiento que tenemos del pensamiento del “hombre común” de nuestro país. Conocemos poco de la subjetividad del ciudadano común. El que no se “mete” en política. Sólo vota. Que tiene su merecida y respetuosa “vidita”. Los “millones” que configuraron la complicidad civil. Los tucumanos que votaron a Bussi represor es un buen ejemplo. Fue atacada y diezmada solamente la militancia activa, que comprendía desde la lucha armada y los militantes pertinentes a las numerosas organizaciones que trabajaban en las villas, organizaciones de derechos humanos y todo tipo de organizaciones sociales. Es decir, el hombre comprometido con el destino de una vida más justa socialmente para su país y donde la desigualdad no fuera obvia y natural. Recursos humanos para todos. Ese sector fue brutalmente aniquilado por la dictadura y perseguido hasta sus últimos escondites. Sindicalistas, delegados de fábricas y gremialistas comprometidos. El 40 por ciento de los desaparecidos eran obreros. Tortura, robo de bebés, arrojo de prisioneros desde aviones al Río de la Plata, robo de propiedades, allanamientos diarios, vejaciones y tormentos de todo tipo. Un Terrorismo de Estado organizado y entrenado por los militares franceses que combatieron en la guerra de Argelia. Hubo hasta un alto grado de sofisticación en la represión cultural. Dentro de ese sector 30.000 desaparecidos. Detenidos, exilios y exilios interiores que vivieron con terror esos años de plomo. Pero fuera de ese sector esquilmado, muerto y perseguido existía una franja enorme de millones de personas que permanecieron indiferentes o no afectadas directamente en su vida diaria o desconociendo las desapariciones y asesinatos.

Ultimamente nos sorprendió la manifestación de Blumberg que convocó a decenas de miles de personas en reclamo por una nueva doctrina de seguridad nacional. Siempre nos sorprendemos del fascismo agazapado y latente. ¿Cuántos millones apoyaban esa marcha por TV? Hoy comienzan a aparecer. A tomar cuerpo. A hacerse visibles. En todas sus formas. Desde la desaparición de López hasta las cartas amenazantes. Y pareciera que ya están organizados para alguna marcha reivindicatoria de la Otra justicia. Sin lugar a dudas la profundización de los juicios los va a envalentonar. La señora Pando no es la señora Siro, “estábamos mejor con los militares, mis hijos podían salir a bailar, había seguridad en las calles, estábamos bien económicamente” (por Radio 10). Hace pocos días la manifestación de las organizaciones de derechos humanos molestó a un hombre que gritaba: “prefiero la dictadura al caos de esta democracia” (subjetividad del hombre común de W. Reich).

El apoyo del Presidente a todas las organizaciones de derechos humanos no deja de ser un fenómeno minoritario dentro de este punto de vista. La increíble epopeya de las Madres y Abuelas desde 1976 conmovía sólo a un sector del país. Sólo a un sector minoritario (no más de un millón). No nos engañemos, la mayoría silenciosa, la masa gris astizforme, eran millones. Desde el Gobierno se realizaron importantes manifestaciones culturales y políticas.

La película de Renán La fiesta de todos –sobre el glorioso triunfo en el campeonato del ’78 y la felicidad del pueblo argentino– y el cierre de Félix Luna explicando por qué fue eso, una fiesta de todos. Tampoco nos olvidemos de la salida de Galtieri al balcón en Plaza de Mayo durante la invasión a Malvinas. Hay que ver ese noticiario y ver los brazos en alto de la multitud cuando apareció el dictador de turno. En el ’76-’77 jamás escuché hablar en las tribunas de las canchas de fútbol del gobierno y de los desaparecidos. Y no era por miedo. Era un problema de otros. Perón decía que un sector de los militares, muy minoritario, era inteligente y culto; otro sector era en cambio bruto, cerrado e inculto y, en el medio, había un gran sector volátil que no pensaba pero estaba siempre atento a moverse hacia los sectores del poder. Olían el poder. Eran los peores. Queremos a veces pensar que el pueblo sufrió la dictadura en su conjunto. Y es un tremendo error. Solo el sector más radicalizado y pensante la sufrió. La mayoría vivía indiferente. Esa gran complicidad civil es la que sostuvo el Terrorismo de Estado. El famoso 2x1 de las compras de la clase media.

Se puede creer que el fenómeno de la desaparición de López involucra a la población. Es una herida institucional tremenda que afectará a futuros testigos. Pero al hombre común –tomando a W. Reich– no le afecta el problema, aun cuando esté bombardeado por los medios. La subjetividad del ciudadano común –aquel que no se mete en política– es la que desconocemos. Además es volátil (usando los términos de Perón). De la misma manera que hoy apoya masivamente al Presidente, podría dejar de hacerlo mañana. Sabemos poco. Aun sabiendo que las circunstancias hoy son diferentes no nos olvidemos de que el pueblo votó tres veces a Menem como presidente. Hoy ya lo olvidó. Se corrió de lugar. Ya Menem no gana ni en La Rioja. El hombre común lo olvidó. No existe.

Realizamos un mal diagnóstico de situaciones porque desconocemos la subjetividad del hombre común. Esto es peligroso, porque esa mayoría hoy no tan silenciosa tiene la fuerza de la sorpresa, de su organización. Son millones de “indiferentes”. Cuando Videla inauguró el mundial en River, hubo tímidos silbidos y aplausos concertados. Videla les había regalado la fiesta y no fue repudiado. Yo estuve en 1956 viendo desde la tribuna cómo Argentina le ganaba a Italia 2 a 0. Cuando entró Aramburu, 50.000 personas silbaron simultáneamente. Fue la música más ensordecedora que he escuchado en mi vida. Era silbido de odio. No de indiferencia. Había policías dentro de la tribuna. Me consta. Pero qué se podía hacer: ¿prohibir silbar a 50.000 almas?

Los piqueteros y sus marchas y las “molestias del ciudadano común”. Los piqueteros eran el retorno de lo reprimido. El otro país. Los cuerpos desperdiciados. El ciudadano común es indiferente a los 10.000.000 de argentinos que viven con el subdesarrollo de los recursos humanos. Pero, en cambio, puede acompañar a Blumberg en sus marchas porque tiene miedo. Siempre tuvo miedo. Es su característica singular. El miedo a perder algo. Por eso lucha por una nueva doctrina de seguridad nacional. Con penas mayores para los menores. Ni siquiera relacionan la pobreza con la inseguridad. Con una buena doctrina de seguridad se termina todo. Piensa además, como dice Bauman, “culpar a la biografía del sujeto a conseguir empleo, y el sujeto juvenil se siente culpable de no poder estudiar o trabajar”. Todo se transforma en un problema individual. Un ciudadano común me dijo en Alemania que “si uno no era judío y no criticaba a Hitler se pasaba bien” (subjetividad del hombre común de W. Reich). Bergoglio dijo en Luján que tenemos que terminar la discordia entre hermanos argentinos. Y de esta manera se agrava la polémica entre la Iglesia y el Gobierno.

Yo hubiera preferido que se refiriera a la desaparición del hambre y la indigencia. Esa es su misión pastoral. La de Jesús, a la que pertenece.

Me cabe una reflexión, ya que los juicios a los militares recién empiezan. Yo no dudo de que se deben realizar. Pero el Gobierno debe prevenirse con diagnósticos políticos y sociales de lo que puede avecinarse. Un buen diagnóstico situacional de lo que puede ocurrir. En ese sentido López podría ser la punta del iceberg.







Auschwitz y sus complicidades






Eduardo Pavlovsky 

Publicado en Página 12, el 5 de febrero de 2005 



Cuando Adorno, después de Auschwitz, señaló que ya no se podría escribir más poesía, había algo de verdadero en su afirmación. Un cambio cualitativo se había producido en la naturaleza humana y en la cultura. Pero el hombre no podría vivir sin la imaginación creadora porque moriría de dolor y mediocridad en un mundo tan monstruoso.

Goldhagen, Browning y Kershaw, tres de los más importantes investigadores sobre el nazismo y el Holocausto, suministran algunos testimonios desgarradores, aportando algunos datos no tan conocidos. Goldhagen es el más duro frente a la complicidad civil del hombre “corriente alemán” durante ese período y sus escritos levantaron una gran polémica hoy todavía no resuelta. 

El 27 de enero de 1945, la vanguardia de la Armada Roja Soviética descubre por azar Auschwitz, y se enfrenta a la gran masacre inimaginable, la mayor crueldad hasta ahora conocida, la incomprensible maldad y sadismo humano desplegados en el plan de exterminio nazi. G. Steiner afirma que cierto tipo de monstruosidades evoca los límites del lenguaje y llega a decir que ante los extremos de lo atroz parece imponerse el silencio. Cree, sin embargo, que a los seres hablantes del lenguaje –los intelectuales– impone el deber de transmitir aquellas experiencias que están en el límite de la posibilidad de articularlas, y entonces se sigue creando poesía, teatro, cine, política de investigación y León Ferrari nos muestra lo ilimitado de la imaginación de la creación en su obra a sus 83 años, y entonces uno se pregunta si la ruptura del silencio y de la complicidad no cumplen una gran función reparadora en la sociedad. 

“Una vez más hay que preguntar a quienes sostienen que un gran número de alemanes no se regía por el antisemitismo exterminador, que nos expliquen y demuestren dónde y cómo, de qué instituciones, de qué sermones religiosos, de qué literatura, de qué libro de texto aquellos alemanes podrían haber extraído alguna imagen positiva de los judíos. Se sabe, en cambio, que en las tres últimas décadas del siglo XIX existían en Alemania 1200 publicaciones dedicadas a examinar ‘el problema judío’, y la mayoría pertenecía al campo abiertamente antisemita”, afirma Goldhagen. 

El afán de matar judíos que tenían tantos alemanes “corrientes” se puso de relieve durante una de las operaciones del famoso batallón policial 101. En noviembre de 1942 se supo que el batallón iba a realizar una matanza de judíos en Lukow (Polonia). Estaban invitados esa noche al pabellón policial un grupo de músicos, para tocar y amenizar la velada. Cuando los integrantes del grupo musical se enteraron del inminente fusilamiento de 4 mil judíos, se ofrecieron a participar de la ejecución, rogando con vehemencia que se les permitiera intervenir. Además, el deseo de hacerlo no fue considerado una patología o una aberración. Al día siguiente, el grupo de músicos se convirtió en la mayoría del grupo ejecutante (Los verdugos voluntarios de Hitler, D. Goldhagen, pág. 487). 

El análisis de los músicos verdugos voluntarios en la matanza explica la increíble complicidad civil de los crímenes nazis contra los judíos. Y también dice Goldhagen que es una buena forma de que esta aberración musical humana pudiese explicar todo el Holocausto en sí mismo.
No eran veinte psicópatas, eran gente común y corriente que había escogido la música como vocación, pero que se ofrecían para matar judíos voluntariamente. 

Sabemos que algunos de los hombres que administraron Auschwitz habían sido educados para leer a Shakespeare y a Goethe, y que no dejaron de leerlos durante las matanzas. Era el Holocausto cultural alemán nazi. Los “hombres de escritorio” de Todorov.  

Dice Goldhagen: “Algunos de ellos iban a la iglesia... rezaban a Dios... los católicos se confesaban y comulgaban”. Otro de los mitos que se crearon en Alemania era que los encargados de las matanzas estaban obligados siempre a realizar las ejecuciones. 

En este punto, Goldhagen, Browning y Kershaw coinciden en que los destinatarios de las órdenes de ejecución podían rehusarse a realizarlas por motivos personales o ideológicos. Matar niños judíos exigía un claro convencimiento de que la tarea era patriótica, decía Himmler. La frase que Himmler utilizaba como responsable ideológico del pabellón 101 era la siguiente: “Los aliados han arrojado casi 3 millones de toneladas de bombas en nuestro país en sus bombardeos de 1941, ’42 y ’43. Decenas de miles de niños alemanes han muerto bajo las bombas. ¿Por qué un niño judío debe valer más entonces que un niño alemán? No tengan piedad con ellos”. 

Un ejemplo paradigmático fue el teniente Buchman –oficial de reserva–, que se negó a matar judíos aduciendo que no coincidía con la medida de la generalización de la matanza de judíos, y que personalmente no estaba dispuesto a realizar algo que no lo aceptaban sus principios y valores personales y que, además, pensaba que Alemania, en un futuro, podía pagar muy caro este genocidio. Según las palabras del comandante Wohlauf, del pabellón 101, no hubo nadie que matara judíos contra su voluntad. El teniente Buchman no mataba porque no lo presionaban, los demás mataban de todos modos porque la presión era innecesaria. 

Si alguno de los oficiales rehusaba ejecutar la orden, se les encomendaba para otras tareas. Algunos aducen que rehusarse era “esquivar el bulto” y podían ser vistos como cobardes por sus camaradas. También el argumento opuesto es comprensible. Si existía la posibilidad de no matar, y no ser juzgados, ¿por qué no funcionó este acto de rebeldía como una correa ética de contagio entre los demás? Lo que sobraban siempre eran voluntarios para las ejecuciones. Ofrecerse a matar era la norma del batallón. Como los músicos de los que hablamos. 

Por eso el Holocausto provocado por los nazis es demasiado real para ser entendido en su totalidad. 

Deleuze diría que en lo “molar” aparece la “representación”: las fotos de los judíos hacinados, cadáveres amontonados en estado de total desnutrición, hombres mujeres y niños asesinados por el plan de exterminio más brutal de la era moderna. Eso es lo que uno ve y lo que “representa” el Holocausto. Los museos y algunas películas de cine. Los testimonios de los sobrevivientes (películas de B. Koronovich).  

El otro fenómeno es “molecular”, aquello que no tiene representación: la función micropolítica del Holocausto, el gran “cuchicheo” antisemita de un gran sector de la población alemana, “las conversaciones” tan bien descriptas por Goldhagen. Ese es el gran tema de la complicidad civil. Nosotros sabemos mucho de ese fenómeno. Ese fue el germen del otro Holocausto. El invisible. Porque las conversaciones de la gente común no son visibles. Pasan como murmullo “entre” los cuerpos. Es el silencio cómplice. Un eco casi inaudible. 

Al respecto, dice Goldhagen: “La conclusión es que durante el período nazi existió una conceptualización de los judíos que casi todo el mundo compartió y que constituía lo que podríamos definir como una ideología ‘eliminadora’, a saber, la creencia de que la influencia judía, destructiva por naturaleza, debía ser eliminada de la sociedad...”. 

Historiadores como Kershaw, Dulka, Bankiev y Browning distinguen, sin embargo, una minoría de activistas de partidos para los cuales el antisemitismo era una prioridad urgente de los restantes integrantes de la población alemana para quienes no lo era, pero muchos de los alemanes corrientes aceptaron las medidas legales del régimen que terminaron con la emancipación y excluyeron de los puestos públicos a los judíos en 1933, los condenaron al ostracismo en 1935 y expropiaron sus propiedades en 1938/39... Dice Kershaw: “El camino que va a Auschwitz se construyó con odio, pero se pavimentó con indiferencia”. Kulka se refiere al termino “complicidad pasiva”. 

Goldhagen es más enfático, y dice que la indiferencia y la complicidad pasiva fueron una demostración de lo “despiadada” que fue la conducta corriente de un gran sector del pueblo alemán. 

“No hay crímenes sin complicidad civil que los avale o los haya avalado. ¿O no? No soy ingenuo de pensar que un sector de la población no fue cómplice del Holocausto. Seguro. Pero mi obligación es denunciar lo otro, el gran fenómeno de la complicidad civil del otro sector del alemán ‘corriente’, de uno de los pueblos más cultos del mundo. De eso se trata. De lo siniestro, lo irreparable.” Psicología de las masas, de W. Reich.