Adrián Abonizio 

La música de Speranza 





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Este cuento de Adrián Abonizio está extraído de su libro Cuando llueve, editado en 2013 por Editorial Homo Sapiens, de Rosario. Una versión anterior apareció en una de sus clásicas contratapas en el suplemento Rosario 12, del matutino Página 12, el 19 de noviembre de 2010,con el título El humor en los tiempos de plomo

Después del cuento se incluye un breve comentario sobre Irreal, grupo musical rosarino al que se alude en el cuento, y un texto autobiográfico de Adrián Abonizio. 


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El ladrillo no huele como la cal. Si los mezclamos con portland da un bloque que no se mueve, pero juntos arman otro aroma, una maza segura. Uno lo ve y ve algo. Las costas se acercaban enloquecidas de noche pero en el día uno las advertía igual de mansas. Era la guerra de guerrillas de guerrillas y en los cadáveres que aparecían en los diarios, ajusticiados en plena calle, uno alcanzaba a tocar la maza aquella, la mezcla entre dos materiales. Entonces creía. Te mostraban que la sangre se estaba derramando en serio. Que había armamento, panfletos y drogas. Que había cuerpos. Tiempos de cortaderas y de ráfagas heladas, de zunchos atados dentro de los cuales los cadáveres iban al fondo del mar. Eran tiempos donde una palabra tenía un significado incordial; la palabra rojo, por ejemplo, era subversiva, al igual que grupo, tendencia, perón, mao y volante. Nosotros no las usábamos, no pertenecíamos a secta alguna que las habría de proferir en secreto: nuestros desaparecidos eran muchos eran muchos y de tan variada ralea que les habíamos perdido la cuenta simplemente porque estábamos fuera de contienda alguna; no llevábamos los números y era demasiado lo que ignorábamos, y sin embargo flotábamos dentro de su centro, porque éramos los poligrillos incendiarios que animaban la fiesta de la masacre: pibes estudiantes, artistas jovencitos, delegados que no tenían ni veinte años, pibes de los lápices que escribían poemas de amor, algo sobre la liberación de los pueblos y nada más. La primera vez que la cana nos paró íbamos por Buratovich en una noche de primavera: cuatro autos entraron por las cuatro calles interiores de la plaza y nos enfocaron. Levantamos las manos, nos hicieron sentar en la fuente. Eran una docena de colimbas, varios policías y un jeep del ejército. 

- Vos, hijo de puta, dame eso. 

Le extendí el grabador donde recopilábamos las grabaciones de nuestra música. 

- Hijo de puta -me decía en la cara-. ¡Y tirá el cigarrillo ya, afeminado! ¿O te creés que estás en una fiesta? 

Nos encontrábamos a diez metros de donde me había criado pateando al arco; las auroras de gloria con los estandartes, las banderitas y los trofeos. Era mi coto, allí había aprendido a andar y no sospechar de mal alguno y reírme y correr. Ahora este tipo, un negro zumbador encapotado en furia y asco que me decía hijo de puta, metido en el círculo de tiza de mi vida que me estaba manoseando las canciones del caset. En sus manos sucias. Yo aún lo sostenía entre los dedos y tironeaba. Un policía canoso gordo, casi un jubilado a quien conocíamos del barrio, se acercó y advirtió al mercenario. 

- Son de acá enfrente, tienen una orquesta. No los tratés mal. 

- Es que me puteó el hijo de puta -redundó el simio que se la había agarrado conmigo-. El asunto es con éste, los otros que se vayan -ordenó. 

Me cargaron en un Falcon. 

- Chuau -les dije a mis tres amigos, batería, bajo, saxo-. Si no vuelvo, el derecho de autor sigue siendo mío. 

Un empujón y la punta del arma en las costillas me introdujeron en el auto. Adelante iba el enemigo. 

- Vas a ver cuando lleguemos y oigamos esto -el grabador Geloso con la tecla amarilla de On circulaba entre sus dedos que oscurecían la luz artificial del coche. 

- Me va a borrar el tema. 

- Lo que te voy a borrar va a ser el culo a patadas, maricón. 

- Dejalo en paz -dijo por lo bajo con autoridad el canoso. 

En el portadocumentos encontraron un bono contribución que le había comprado al PST pero sin inscripción alguna. El comisario me hizo pasar. 

- El pendejo me insultó, señor -se inclinaba el morocho que quería verme fusilado en el patio. 

Al verlo genuflexo dejé de tener miedo. Yo no sentía el corazón; tengo esas cosas, me transformo en un pulpo, en un pez abisal, sin memoria alguna que me pueda delatar, carezco de pensamientos y abro los ojos perplejo, bien dispuesto. 

Me señaló una silla y me tiró del pelo. 

- Putito. 

- Déjelo, no sea abusivo -ordenó el comisario profiriendo aquella rara palabra. 

Tras el cono de luz asomaba su cara de lobo. Pero era un lobo fatigado del trabajo, que tan solo quería irse a su casa para tomarse la sopa invernal. Tendría mujer y crías hambrientas esperándolo. 

- Bueno, ¿qué es esto? -tenía el talonario en la mano. 

- Una rifa, queremos comprarnos las camisetas de Estudiantes. 
- ¿Quiénes son y dónde vive el resto del equipo? 

Di una larga lista de casas y direcciones inventadas, todas del barrio, con una seguridad apabullante. Todo muy, muy lentamente, un poco porque no podía respirar bien y otro poco tratando de ser hartamente preciso y cansar al lobo en su rutina. 

- Y nos falta la rifa para la pelota, les ganamos ya a Río Negro, no me acuerdo el resultado, fue para mayo, creo, pero nos faltan las camisetas -argumenté. 

El morocho me puso algo frío en la nuca. 

- Estás inventando, te estás haciendo el vivo, muerto de hambre. 

- Dejalo -se opuso el canoso, que es un buen cantor. 

- Bueno, ya cantó lo que sabía -dijo el comisario cerrando la noche-. Llévenlo a la sala y que espere. 

Sentadito en un banco, pensando en nada oía tras la puerta de visillos nuestra música que llegaba asordinada pero audible. Como en un sueño me escuchaba pensar: "Uy, cómo desafiné en esa parte. El solo de bajo de Marcelo hay que hacerlo más corto y Hugo con su guitarra satura, el Topo en cambio suena peor: hay que comprarle unos platos nuevos... Zidjian sería copado... El solo de órgano de Juan... Ahora viene Islas... Una copia de King Crimson... Eh... Esta parte está perfecta, la de "los brotes de talles del mar y las fragatas piratas que renacen de la tumba del mar"... pero Yayi con la percusión tapa la voz... pero no está tan mal, ¿eh?". Se abrió una puerta y el morocho me agarró del brazo y me ordenó irme. 

- No me voy sin el grabador. 

Se me acercó, olía a correaje, a óxido mojado y a Belcebú. 

- Hijo de puta, la sacaste barata, andate ahora que te perdonaron, pero a mí no me engañaste, andás en algo vos, puto, putito. 

El canoso le puso una mano en el pecho. 

- Tomá, esto es tuyo -y me extendió el aparato junto al DNI-. Sigan ensayando que van a ser alguien en la vida. No como éste -y señaló con el mentón al verdugo-. ¡Quería ser músico el agente Speranza! -tronó para que el universo lo supiera-. ¡Ja! No todo se puede, pibe. Hay que tener pelotas para dedicarse a una profesión y los fracasados... ya se sabe que terminan aburriendo. 

Me ofreció un cigarrillo que rechacé para que no vieran que me temblaba la mano. Antes de irme con el grabador bajo la axila alcancé a mirar al súcubo a los ojos. 

- Tocamos dentro de quince días, ¿quiere ir con su novia? Le guardamos entrada. 

El canoso carcajeó y un escribiente también. 

- No es broma, estoy invitándolo. Buenas noches -susurré. 

Luego les di la espalda y salí por donde había entrado, el portón abierto donde estaba el Falcon. A los metros un sofocón de aire caliente me detuvo y ya no pude caminar más. Habían abierto una exclusa de incendio. Yo me había derrumbado en el umbral, sin poder respirar, mis piernas desaparecidas y a merced de mis captores, seguramente ya advertidos del engaño. Me tocaba morir ahora. Ya era hora. Apoyé la cabeza en una rosa de fierro de la puerta y rogué se me pasara rápido. Voy a morir, van a salir y me tapan con diarios. Voy a morir esta noche. Luego, en un árbol de la vuelta, descargué todo el orín contenido, que ya había amenguado un poco sobre mi vaquero de corderoy. Llamé a Marcelito desde 3 de Febrero, en el almacén. 

- Che, somos un éxito en la policía -le conté con una voz raramente calmada. Le hablé del ladrillo, de la cal, de la mezcla-. Todo eso es polvo moribundo al lado de la música. ¡Si hasta pudimos derrotar a la Speranza! 

No supo qué contestarme. Después corté. 



Plaza Buratovich






Comentario 

Los nombres mencionados en el cuento corresponden a la primera formación de Irreal. Además del propio Abonizio en guitarra y voz: Juan Chianelli, teclados; Hugo García, guitarra; Topo Carbone, batería; Marcelo Domenech, bajo. 

Al músico y poeta rosarino Adrián Abonizio lo conocimos en ocasión de cubrir el Encuentro Nacional de Rock del Interior, realizado en 1979 en la ciudad de Tucumán, donde se presentaron los locales Redd y los rosarinos de Irreal. En el concierto de esa noche tucumana comprobamos asombrados la temeridad de Irreal en sus letras, que incluían la breve e irónica canción que entonó entonces Baglietto, y que rezaba así: 


“La censura no existe, mi amor.
La censura no existe, mi…
La censura no existe...
La censura no...
La censura...
La...”


Con los músicos de Irreal compartimos la vuelta en micro y una breve estadía en Rosario, donde fuimos gentilmente hospedados por el Topo Carbone en su casa de la zona sur. Poco después, Propuesta invitó a Irreal a participar del festival de la primavera en la cancha de Racing Club de Avellaneda, la que fue una de las primeras presentaciones del grupo en territorio bonaerense. 

Poco después, para la época de la guerra de Malvinas, se produciría el boom de Juan Carlos Baglietto y la irrupción de lo que se llamó la trova rosarina. Abonizio, que se hizo conocer como el autor de temas emblemáticos como Mirta de regreso y Dios y el diablo en el taller, continuaría su recorrido como compositor y cautantor hasta la actualidad, caracterizada por su incursión en la composición tanguera. A esa actividad, que incluye una vasta discografía, se suman sendas paralelas como sus crónicas y aguafuertes semanales en Rosario 12, sus varios libros, la incursión radiofónica y su labor docente acerca de la composición de canciones. 

Néstor Mosaico 








Adrián Abonizio por él mismo 


“Nací en en el Hospital Ferroviario (Italia y Viamonte), pero me crié en barrio Echesortu. Nacer es abrir los ojos y lo primero que vi fue una canchita de fútbol: la Colombres, en Rioja y Carriego, en ochava con la casa de Rubén Goldín. Una casa de madera, zanjones y calle de tierra. Luego nos mudamos más al centro, Alsina y 3 de Febrero, a una casita como la de Tucumán, con nuestra abuela viviendo delante. Una casa sin revocar, con un solo dormitorio para cuatro y un patio chico, y arriba una terraza con criadero de palomas. El Cine Echesortu a dos cuadras y la canchita de San Francisco Solano, a tres. La iglesia en domingo hasta que en una confesión me dieron arcadas y abandoné misa para siempre. Luego otra mudanza a la cortada Zavalla al 3900 donde uno podía estar en la calle sin peligro alguno y vagar hasta las inmediaciones del Cementerio de Disidentes, jugar en la Canchita Carrasco soñando con ser crack. Pero la música pudo más y empecé a aprender guitarra en la casa de los Chianelli. Muro de por medio solían ensayar Los Trovadores, con el Chato y Romerito en punta. Los oíamos pared de por medio mientras jugábamos a las cabezas con una pelota de goma y escuchábamos la música beat, o la salida de un piano que Juan, el mayor, tocaba para nosotros. Una buena infancia con olor a sudor, salvajismo inocente, música, fútbol, las primeras chicas. Entendí muy temprano que si no me hacía jugador sería músico. Y así fue. Copiando a Los Trovadores armamos Los Pequeños Trovadores y recorrimos carnavales, clubes, concursos radiales, etcétera, etcétera, en un periplo que nos entusiasmaba más allá de los premios. El premio mayor vendría después, con la profesión y la sensatez de haber elegido bien”.






Irreal 


Crónica y fotos sobre el grupo Irreal extraída del siguiente blog:  

http://gsubterosario.blogspot.com.ar/ 





Durante la última dictadura militar, un grupo de amigos rosarinos, se reunió para darle vida a Irreal, una de las bandas emblemáticas del rock local. Fue en diferentes etapas, porque hubo recambio de músicos en uno y otro momento. Y pese a que Irreal no llegó a registrar ninguna producción discográfica –sólo grabaron un demo en cassette– cobró gran relevancia por la calidad de los músicos que pasaron por el grupo. El primer momento fue del 76 hasta el 78 o 79, y de ahí en adelante hasta el 81 cuando se terminó el grupo de la peor manera: censurado. 

La amistad barrial, el fútbol y las calles compartidas hicieron real a Irreal. Al menos así lo recuerda Juan Chianelli, uno de los principales integrantes de la banda que estuvo desde el comienzo y hasta el final, que además de tocar piano se animó a agarrar la guitarra. 

Chianelli vivía en la misma cuadra que Adrián Abonizio y Hugo Garcia. Según resume: "entre los tres pasaron del fútbol al folclore" casi sin escalas. Y claro, después del folclore vino el rock.  A esa altura, Hugo García ya tenía su grupo y Chianelli el suyo. Aunque siempre estaban en permanente rivalidad por las bandas, los dos comenzaron a limar algunas asperezas y con Abonizio de por medio se reunieron para el armado de un grupo que ya comenzaba a virar hacia el rock. Después se acercó Marcelo Domenech, también vecino del barrio, más tarde llegó el Topo Carbone (que era el único que no venía de otra zona) y finalmente se incorporó Yayi Gómez, el hijo del saxofonista Walter Gómez. "Mi idea era tocar el teclado. Por aquellos años existía el Farfisa pero eran realmente muy caros, era el sonido de la época. Los órganos como en Los Gatos", recuerda. En el 75 ya se juntaban a ensayar en la casa de la abuela de uno de los músicos, frente a la plaza Buratovich en el corazón de Echesortu.

El séptimo miembro de la banda fue José Luis Aguilera, más conocido como el Zapo Aguilera, percusionista. Su presencia fue tan importante (aunque nunca llegó a tocar) que fue el que le puso el nombre Irreal, una noche luego de un ensayo en la vieja pizzería Pedrín.

Aunque Irreal existía desde julio 1976, el debut oficial fue el 16 de diciembre de ese mismo año en Il Trovatore, teatro del club Italiano de Rosario, junto al grupo Caballo de Mar, de San Nicolás. "Tanto la música como las letras de Adrián eran muy intuitivas. El mensaje en sí era mucho vuelo, mucho lirismo", cuenta Chianelli. 

Pero lo más difícil de aquellos años era conseguir un lugar para tocar. Tal es así que en varias ocasiones alquilaron las salas de la facultad de Ingeniería a cambio de una donación para la Cooperadora. Incluso, llegaron a tocar en La Comedia con el teatro lleno total y en ese show se pudo ver por primera vez el cortometraje de Mario Piazza Sueños para un oficinista. De esa noche no puede olvidarse. Es que al final del concierto se fueron a escuchar la grabación a la plaza Buratovich y les sucedió algo que estaba de moda en ese momento del país, pero que a ellos nunca les había tocado. "De repente nos rodearon cuatro patrulleros, todos al piso, las manos en la nuca y el interrogatorio. Finalmente, el jefe del operativo nos reconoció, se dio cuenta que éramos los pibes de enfrente y nos dijo que era peligroso estar en las calles a esas horas de la madrugada, que nos fuéramos a dormir y nos dejaron ir. Claro, después de una serie de amenazas", relata. De esa misma noche salió el tema Pánico en Buratovich, inspirado en ese mal momento.

Entre 1976 y 1977 Irreal comienza a mantener un intercambio cultural con otras provincias. Se realizan los encuentros del interior con Red de Tucumán, Trigémino Buenos Aires, Agnus de Santa Fe, Dibujos Animados de Córdoba y otros. En las grias también juntaron varias anécdotas de razzias. De la vez que tocaron a metros del Obelisco, en Capital Federal, recuerda que una noche cuando terminaron de tocar se prendieron las luces de la sala y los obligaron a salir a todos a la calle con el documento en la mano. "Había un montón de patrulleros y te llevaban por averiguación de antecedentes. En esa época vos ibas a un concierto y tenías muchas posibilidades de caer en cana. Esa vez me acuerdo que le dedicamos una canción a todos los que estaban detenidos, entre ellos a este pibe en cuya casa estábamos parando. El temor era generalizado y todos recordamos sensaciones horribles", dice.

Chianelli no sólo tiene ese registro por músico, también (como le gusta definirse) por laburante. "Los trabajadores que estaban al margen de una expresión artística, sufrían la represión en la fábrica y podían caer presos por haber estado reunidos con un delegado. Yo trabajaba en Laminfer y había mucha ebullición, mucha actividad gremial, era hermoso, lo sindical era totalmente diferente a lo que es ahora, donde los tipos se enriquecen a costa de los laburantes", reflexiona.

A fines de 1977 cuando la banda estaba logrando definiciones en cuanto a lo estilístico y afianzándose en lo profesional, Abonizio decidió dejar el grupo para desarrollarse como solista. Lo que golpeó a los demás integrantes por su fuerte presencia autoral e inspiratoria. En su lugar, y luego de algunos acuerdos y desacuerdos, lo invitaron a Juan Carlos Baglietto, viejo conocido y telonero de Irreal y de casi todos los grupos de Rosario. Baglietto le aportó al grupo una fuerte presencia escénica.

A fines de 1978 Yayi Gómez es quien deja Irreal por cuestiones laborales y entra en su lugar Juan Piraña Fegúndez, en flauta y percusión.

El último en irse del grupo, pero no por decisión propia, fue Marcelo Domenech, convocado por el Servicio Militar Obligatorio. En su lugar ingresa Juan Ricci, ex bajista de Síntesis.

Al promediar 1979, producto  del desgranamiento que sufrió en tan poco tiempo y desencontradas aspiraciones personales, en una reunión realizada en la casa de Juan Chianelli, se decide ponerle fin a la banda.

Algunas actuaciones y hechos importantes del primer período:

16/12/1976  Debut Irreal en Il Trovatore
15/07/1977  Colegio La Salle
07/10/1977  Adoratrices (Pergamino), con AMI (Agrupación Músicos Independientes)
18/12/1977  Teatro Municipal de San Nicolás
14/04/1978  Teatro La Comedia – estreno de la película Sueño para un oficinista, de Mario Piazza. con música en vivo de Irreal
04/061978   1º Festival Atlántico de la Música Joven, teatro Estrellas Bs. As.
23/06/1978  Cine y rock en Paul Casals
18/08/1978  1º Festival interprovincial de cine y rock- Estadio cubierto de Newell's Old Boys
19/08/1978  1º Festival interprovincial de cine y rock – Sala Luz y Fuerza, Santa Fe
03/09/1978  Ronda final del 1º Festival Atlántico de la Música Joven, Teatro Astral, Mar del Plata
20/11/1979  Encuentro Nacional de Rock del Interior -  Tucumán


Abonizio y Bonifacio

La música, una extensión de la amistad. Así define Adrián Abonizio a su primer acercamiento al rock. La primera banda que formó se llamaba El principio y era un grupo rockero del barrio. "Fútbol, descubrimientos sexuales y mucha música", resume Abonizio. Debutaron un 1 de mayo en una fábrica. Los alabaron pero el sonido era tan malo que cuando terminó el recital a él le preguntaron por qué cantaba en inglés aunque todo el tiempo lo había hecho en castellano. Antes de eso habían formado un grupo de folclore. "Estudiábamos todos en una academia, donde luego de correr a la pelota tomábamos la guitarra y aprendíamos, no sé, ya me olvide que cosas, supongo que a mirarle las piernas  a la profe", bromea.

Mucho después vino Irreal. El grupo comenzó a armarse en 1975 y 1976 y luego dio paso a lo que fue la Asociación de Músicos Independientes (AMI). "Una agrupación, mítica, pero inmadura, que en el contexto de la dictadura parecía una resistencia organizada pero era nada más que estar menos solos ante tanto plomo gris", explica Abonizio. En esa época llegaron a meter 700 personas en el teatro La Comedia, con un fervor y un trabajo de mulas. "Primeras letras, vigilados por la policía. Salimos vivos en medio de tantos muertos. Éramos inconscientes. Si hubiésemos pensado  en los peligros no hacíamos nada de eso. Más de una vez caí preso y zafé por esas cosas del destino", dice.

 Cuando en el 78 se aleja de Irreal, "algo que le llevó un tiempo resolver", comenzó a contar sus historias. "El grupo se había tornado algo sinfónico y no había lugar para el letrista que era yo. Así que me puse otro nombre -por el temor de la época- y llegue a tocar en Estudiantes de Buenos Aires con colegas, pibes solitarios haciendo lo mismo, arte en medio de la delincuencia y el crimen de Estado", cuenta. Así fue que nació Bonifacio, un personaje de corte intimista que aparecía en salas pequeñas y más de una vez estuvo acompañado por Fito y Carlos Luchese.

"Allí me converti en un cantautor y me dije que lo iba a ser para siempre, para no darle el gusto a  los derrotistas, alcahuetes y fracasados, cuyo plan era que los jóvenes nos extinguiéramos todos. Luego, vino la Trova y ahí arrancó otra etapa", concluye. 









La música de Irreal 


Lamentablemente, la música de Irreal en aquellos años finales de los 70, que mereció el elogio unánime de quienes alcanzaron a escucharlos, no fue registrada en discos oficiales. Sin embargo, pueden conseguirse en la red grabaciones de algunos de sus conciertos. ¡Las recomendamos! 

Además, Irreal ejecutaba la banda de sonido del corto documental del director rosarino Mario Piazza, Sueño para un oficinista, al cual puede accederse en este mismo blog: 


Sueño para un oficinista - Mario Piazza